Las llamadas “contracturas” musculares son uno de los motivos de consulta más habituales en fisioterapia. Habitualmente se describen como un “nudo” o una zona de tensión dolorosa en el músculo, pero desde el punto de vista científico este término es ambiguo y carece de una definición clara.
En realidad, gran parte de lo que popularmente se denomina contractura se relaciona con el síndrome de dolor miofascial (MPS, por sus siglas en inglés), donde los llamados puntos gatillo miofasciales (MTrPs) han sido históricamente considerados un hallazgo clave. Sin embargo, tanto su diagnóstico como su papel exacto en la fisiopatología del dolor siguen siendo objeto de debate.

¿Qué sabemos hoy sobre las contracturas y los puntos gatillo?
Los puntos gatillo se describen como nódulos duros e hiperirritables dentro de una banda tensa del músculo. Pueden ser activos (dolor espontáneo y referido) o latentes (dolor solo al presionarlos).
El problema es que:
- No existen pruebas diagnósticas objetivas universalmente aceptadas para confirmarlos (ni biomarcadores, ni técnicas de imagen concluyentes).
- La palpación manual, aunque sigue siendo el “gold standard”, tiene limitaciones en sensibilidad, especificidad y fiabilidad interobservador.
- Se han identificado puntos gatillo incluso en personas asintomáticas, lo que cuestiona su valor diagnóstico exclusivo.
Fisiología del dolor miofascial: más allá del “nudo”
La investigación de Shah y colaboradores muestra cómo la comprensión actual del dolor miofascial ha evolucionado de la visión clásica de una “fibra contraída” hacia un fenómeno complejo que involucra:
- Alteraciones locales del tejido: contracturas sarcoméricas sostenidas, hipoxia, acúmulo de calcio y liberación de sustancias sensibilizantes (bradicinina, sustancia P, serotonina).
- Neuroinflamación periférica: liberación de neuropéptidos (SP, CGRP) que amplifican la sensibilidad y perpetúan el dolor.
- Sensibilización central: la estimulación repetida de nociceptores musculares puede modificar la transmisión en la médula espinal, ampliando la zona de dolor y asociándose con hiperalgesia, alodinia y fenómenos de dolor referido.
- Participación del sistema límbico: se han demostrado cambios en áreas cerebrales relacionadas con la emoción y la percepción del dolor crónico, lo que explica la relación con factores psicosociales.
- Este modelo integra factores periféricos, centrales y psicoemocionales, alejándose de la idea simplista de una “contractura mecánica localizada”.

¿Cómo puede ayudar la fisioterapia?
Aunque la definición de contractura sea difusa, la fisioterapia dispone de estrategias efectivas para mejorar el dolor y la función:
- Ejercicio terapéutico: mejora la fuerza, la resistencia y la modulación del dolor.
- Educación en neurociencia del dolor: entender que el dolor no siempre implica daño estructural ayuda a reducir la ansiedad y favorece la recuperación.
- Terapias pasivas: terapia manual, diatermia, punción seca, masaje, liberación miofascial o presión mantenida pueden ser útiles en la reducción del dolor, aunque su mecanismo exacto sigue en estudio.
- Enfoque multimodal: combinar ejercicio, educación y técnicas manuales parece ser la estrategia más eficaz y sostenible.
Conclusión
Lo que comúnmente llamamos “contracturas” no tiene una base anatómica tan clara como se pensaba. Más bien representan la manifestación clínica de un fenómeno complejo de dolor miofascial, en el que intervienen factores musculares, neuroinflamatorios y centrales.
La fisioterapia, mediante un abordaje activo y basado en la evidencia, puede ayudar a mejorar los síntomas, recuperar la función y reducir la recurrencia, ofreciendo al paciente herramientas útiles más allá del tratamiento puntual del dolor.

Bibliografía
Shah JP, Thaker N, Heimur J, Aredo JV, Sikdar S, Gerber L. Myofascial Trigger Points Then and Now: A Historical and Scientific Perspective. PM R. 2015 Jul;7(7):746-61.